8 de julio de 2017

Qué pasó cuando me dijo "Ya no te amo"


Yo tenía 24 años, y su voz sonaba tan angustiada por el teléfono. El primer fin de semana era que estaba muy liado, el segundo que tenía que viajar por trabajo, y en el tercero que se sentía muy mal y no sabía qué le pasaba. 
K. estaba tan raro que me asusté pensando que podría estar cayendo en una depresión, así que le dije que quería verle y hablar con él: quería cuidarlo y apoyarlo si estaba pasando un momento difícil. Me dijo con voz derrotada: "está bien, ven a casa a verme y te cuento". 
Me asusté pensando que igual le pasaba algo grave, se me revolvió el estómago pensando en alguna enfermedad incurable. Me dió un pinchazo en el corazón. Me duché rápidamente, y fui a su casa preocupadísima. Me abrió la puerta ojeroso, pálido y desencajado, me abrazó en silencio, y luego le seguí hasta el salón. Nos sentamos y yo recuerdo que me estaba preparando para ser fuerte con la espantosa noticia que iba a darme: 
- Verás, no sé ni cómo decirte, Kori. Verás, conocí a una chica en una fiesta hace dos semanas. Nos enrollamos y me gustó tantisimo, no podía parar de pensar en ella, pero me sentía un traidor. He vuelto a verla y ha sido increíble. Es un flechazo de esos que... no sé cómo explicartelo, pero estamos los dos como locos... ella va a dejar a su novio y yo… bueno… yo quiero estar con ella. Creo que lo justo es que sea sincero contigo, hemos decidido que vamos a intentarlo, queremos estar juntos, no sabemos muy bien qué nos ha pasado, Kori, pero... queremos intentarlo.
Cuando cuento esto en mis charlas o talleres, le pido a la gente que me cuente qué creen que ocurrió después. Las respuestas son: “te levantaste, le pegaste una hostia, cogiste tus cosas y te fuiste dando un portazo”, “le dijiste que era un hijodeputacabrón y te echaste a llorar”, “le insultaste y le tiraste cualquier cosa a la cabeza”, “le montaste una escena dramática con llantos y le pediste que por favor no te dejara”, etc.
La realidad es que primero suspiré aliviada porque no se iba a morir. 

Un inmenso alivio, eso fue lo que sentí. Luego sentí agradecimiento, me puse comprensiva y le dije:
- Gracias por contármelo, de verdad. Qué valiente, K. Qué bien que te has atrevido, que tienes confianza conmigo para contarme cómo te sientes. 
- Lo he pasado muy mal, me estaba quemando por dentro... ¿Cómo te sientes tú?
- Bueno, mal. Si, jo, me has roto el corazón, siento un dolor aquí, y también me duelen las manos... pero por otro lado estoy contenta porque no tienes ninguna enfermedad terminal ni te vas a morir. Estaba tan preocupada que no me imaginé jamás que pudiera ser esto. Te noté tan angustiado que pensaba que pasaba algo grave. 
- Bueno, es que me siento fatal, super culpable. No quiero hacerte daño, Kori, yo te quiero mucho y jamás querría verte sufrir por mi culpa, porque eres una tía de puta madre. Pero es que no estoy enamorado ya de ti. No sé por qué, la verdad, no lo entiendo con lo maravillosa que eres. 
- Eso no se sabe nunca por qué, el amor se acaba, no sé.... pero mira, lo bueno es que no me vas a hacer sufrir con mentiras, con excusas, con engaños. Y yo a ti no te voy a chantajear, ni a machacar con reproches, ni te voy a hacer sentir mala persona, como siempre pasa cuando uno no se atreve a decir lo que está pasando. A mi me mata la incertidumbre, la confusión, el engaño, el no saber qué está pasando. Necesito toda la información para saber dónde estoy, para poder tomar yo decisiones.
- Si, siempre me lo has dicho. Por eso decidí contártelo. 
- Pues es justo lo que yo necesitaba, K. Nos estamos ahorrando los tres semanas o meses de dolor y sufrimientos. 
Le abracé fuerte. Le dije que no se preocupase, que claro que dolía, pero que el mundo no se acababa, que a todos nos rompen el corazón una o varias veces en la vida, y que decirme lo que estaba pasando era una de las pruebas de amor más grande que me podían haber hecho nunca. 
- Es que yo te quiero mucho, Kori.
- Yo a ti también. 
Nos abrazamos otra vez. Hablamos un rato largo de lo bien que lo habíamos pasado juntos, de lo mucho que nos queríamos, de lo rico que lo pasamos echando esos polvazos salvajes y apasionados, de la infancia que pasamos juntos (estuvimos 8 años en el mismo aula, siendo compañeritos de colegio), de los dos viajecitos que nos hicimos juntos, de lo delicioso que fue reencontrarnos, y luego me fui a casa a llorar a mares durante toda la tarde, y durante toda la semana.
El duelo fue más corto que los anteriores, creo que porque no tuve que pasar por esas semanas en las que te hueles que está pasando algo pero no sabes qué. Ese tiempo en el que la otra persona no sabe cómo decirte que ya no te ama, o que ha tenido una aventura pero te sigue amando, o que te ha mentido y se arrepiente... ese tiempo de sospechas y angustias.

Yo tenía los típicos pensamientos negativos que te invaden en momentos así: "ya no me volveré a enamorar así nunca más, ¿por qué me tiene que pasar esto a mi?, será que nunca me amó realmente, ¿por qué se nos acabó?"... y por otro lado me sentía afortunada y pensaba, "qué bien que nos hemos separado con tanto amor. Sin peleas, sin dramas, sin violencias románticas. Mi chico se ha enamorado de otra chica, y ha querido acabar nuestra relación para empezar otra. Bueno. Nos lo hemos pasado super bien juntos en este año de amor, así que me quedo con este presente que hemos compartido, no lo voy a olvidar jamás". 
Nunca me imaginé que una relación bonita podía tener un final bonito, pero acababa de experimentarlo en mis propias carnes. Un final sellado con una conversa hermosa sobre nuestra relación, y con un abrazo de esos inolvidables. Un adiós amoroso en el que ninguno de los dos nos hicimos daño.

Me dije que si algún día me pasaba a mí algo parecido, lo de desenamorarme o enamorarme de otra persona, sería igual de honesta y valiente como él. Me pareció todo tan idílico, que me dije, claro que se puede acabar una relación con cariño, con respeto, con complicidad, con ternura. No hay por qué mentir, no hay por qué portarse mal, no hay motivos para guerrear, ni para morir matando. No hay por qué odiarse cuando hay buen trato y cuando se pueden hablar las cosas sin hacerse daño. No hay por qué sentirse culpable ni mala persona: las relaciones empiezan y se acaban, se transforman, se deterioran, se diluyen... y si hay sinceridad y cuidas a la otra persona, es todo mucho más fácil. 
De esta historia que me tocó vivir con K. es de donde surgió mi idea de que se pueden terminar las relaciones con tanto amor como cuando las empezamos. Lloré mucho porque K. había sido mi primer amor en la infancia, porque lo amé con toda la inocencia y la pasión de la adolescencia, y porque cuando la vida nos volvió a juntar con 23 años, me enamoré locamente de él. Lo sentía como mi compañero de vida. Era imposible odiarle: sólo podía desearle lo mejor, y seguir queriéndolo desde otro lugar.

En ella no pensé mucho, la verdad. No la conocía y no sentía nada hacia ella. Me alegraba pensar que no tuvo que pasarlo mal tampoco la muchacha. Yo trataba de aplicar el feminismo a mi pensamiento sobre ella para no culparla. Me decía a mí misma las verdades: él ya no te llamaba tanto, llevaba un tiempo más a lo suyo, se desenamoró y no pasa nada. Ella no te debe a ti nada, no te conoce de nada, y K. no es tuyo ni de nadie, se han conocido, se han gustado muchísimo, y ni su novio ni yo podemos hacer nada ante el enamoramiento que los dos están viviendo.

Bueno, si podíamos hacer algo: aceptar lo que estaba ocurriendo, no interferir, apartarse con elegancia, y desearles lo mejor a ambos.


¿Cómo llegar a aceptar que ya no te aman?

La aceptación es uno de los grandes temas que trabajamos en el Laboratorio del Amor y en los talleres que imparto en mi escuela on line, "Otras formas de Quererse". Aceptar la realidad no es fácil por el Ego (es tan frágil y prepotente que no le gusta que le lleven la contraria), y porque como el amor es un fenómeno basado en la idolatría, la admiración, la mitificación de la persona amada y del mismo amor, cuesta mucho ser realista: soñar es como una droga, hacerte tus viajes al paraíso del amor es muy entretenido y excitante. Sirve para evadirte de un mundo lleno de violencia, egoísmo y crueldad.

Sin embargo, cuanto más lejos está la realidad de los sueños, más se sufre. Hay gente que vive en una decepción constante, y eso además de hacernos sentir frustradas, daña muy seriamente nuestra salud mental y emocional. Las enfermedades y las depresiones vienen de esa distancia entre lo que hay y lo que querríamos que fuese.

No recibimos educación emocional, por lo que no nos enseñan a "perder", ni a gestionar el "no", ni a asumir con elegancia y deportividad el rechazo, Nos cuesta aceptar el final de una relación porque nos han dicho que el amor es eterno y crece y se mantiene de forma mágica, como si fuera una fuente de energía inagotable. Y porque creemos que teniendo pareja ya nunca más estaremos solas.

Una forma de bajar a la realidad es tener que escuchar: Ya no te amo, ya no voy a seguir caminando junto a ti, me voy solo o me voy a caminar con otra persona. Duele mucho, muchísimo. Se te baja la autoestima, crees que no eres atractiva ni valiosa, te sientes herida en el Ego, te da por sentirte culpable  (¿que he hecho mal?), o puede que te sientas muy impotente porque no puedes hacer nada excepto aceptar la situación.

Hasta que llegamos a ese punto de aceptación hay muchas fases, y hay gente que lo pasa muy mal. Algunas recurrimos al auto-engaño (volverá, esto es un mal sueño, en el fondo me ama) y nos aferramos a un clavo ardiendo, creyendo que algo queda. Soñamos con el milagro romántico, ese que vemos en las películas, cuando sucede algo mágico y él se da cuenta de lo maravillosa que es ella, lo ciego que estaba, y lo mucho que la ama. 
Otra estrategia que utilizamos frente al desamor es entrar en guerra para seguir el vínculo con el amado o la amada. Suele pasar cuando nos sentimos traicionadas y engañadas por el amado (¿no dijiste que me ibas a amar para siempre?) y por el amor (¿no era que el amor verdadero es eterno e indestructible?). Hay gente que se siente mejor odiando y soñando con la venganza (ojalá te de diarrea y ataques de estornudos en medio de la calle, ojalá te quedes solo y nadie te ame, ojalá te arrepientas algún día de lo pendejo que fuiste). 

A veces el odio se extiende hacia la nueva pareja, si nos dejan por otra persona. En las relaciones heterosexuales es muy común disculpar al chico con la idea de que otra mujer lo sedujo y él se dejó llevar. Esa otra mujer es la malvada robahombres que destroza la vida de las demás mujeres, y a veces se entra en guerra con ella para que se sienta culpable y mala persona. 

Sin embargo, las guerras románticas no ayudan en nada: empeoran la relación con la ex pareja, te desgastan emocional y energéticamente, y no son útiles ni benefician a ninguna de las dos partes. 

La aceptación llega cuando nos ponemos generosas y dejamos marchar a la otra persona de nuestro lado, cuando ya hemos asumido que se va, cuando podemos incluso desearle lo mejor en la nueva etapa que vais a empezar por separado. 

También se puede llegar a la aceptación desde la resignación, es decir, cuando ya sabemos que no importa lo que hagamos: no va a volver jamás. No hay nada que podamos hacer. Mejor no perder las energías ni el tiempo en recuperar la relación. 

Cuando eres capaz de leer las señales que te va enviando la otra persona a través de su cuerpo, sus gestos, su comportamiento, su forma de tratarte, su manera de mirarte... aceptar es más fácil, porque ya en  nuestro interior nos vamos haciendo a la idea de lo que está ocurriendo en la pareja. Cuando utilizamos el termómetro del amor  para entender qué nos pasa, o qué le está pasando a la otra persona, la ruptura no nos pilla de sopetón.

Sin embargo lo cierto es que no lo utilizamos mucho: generalmente preferimos no leer las señales porque es bien doloroso darse cuenta de que te están dejando de querer: siendo realistas y prácticas tendríamos la mitad del trabajo hecho cuando llega el momento de sentarse a hablar.


¿Qué ocurre cuando eres tú la que te desenamoras? 

No sólo nos cuesta tener que escuchar que no nos aman, también nos cuesta mucho reconocernos a nosotras mismas que ya no estamos enamoradas. En primer lugar porque implica que hay que hacer muchos cambios, en segundo lugar, no queremos hacer daño a nuestra pareja, y luego además tenemos miedo de quedarnos solas, miedo de no volver a enamorarnos, miedo al qué dirán, miedo a que te metan en el grupo de "las malas" según la lógica de la guerra romántica.

Las malas y los malos son todos aquellos que no cumplen su promesa de amar para siempre, las buenas y los buenos son los que sufren el "abandono" de su amado. En las mujeres desenamorarse o querer irse con otro está muy mal visto: las mujeres se supone que nacemos para amar, y la que no es fiel y leal de por vida a un solo hombre, es una ninfómana, una puta, una monstrua. Así que lo tenemos más difícil que los hombres, porque nadie entiende que una mujer puede desenamorarse igual que un hombre, y no se le reconoce que tiene derecho a separarse y a buscar la felicidad igual que hacen los hombres. 

Cuando te empiezas a dar cuenta de que algo te está pasando, todo se puede resolver en dos sencillos pasos bajo la norma de evitar hacer daño a la persona a la que quieres. El primer paso es sentarse a hablar con una misma y decirse en voz alta lo que estás sintiendo: "me estoy desenamorando, ya no siento lo mismo de antes, ya no quiero seguir con él/ella". 

Una vez que lo admites, viene el segundo paso, que es mucho más difícil todavía: decirle al otro/a lo que está pasando. Y cuesta, porque no quieres hacerle daño,te sientes una traidora, y te come la culpabilidad: prometiste que le querrías y le amarías para siempre. Estás fallando, estás demostrando que no puedes cumplir una promesa, y no sabes ni por qué te está pasando. 

Cuanto más tiempo tardamos en sentarnos a hablar con la pareja, peor. Cuando llega el desenamoramiento nuestro comportamiento cambia, y las vibraciones cambian: nuestra infelicidad, nuestra culpabilidad, y nuestra desgana se palpa en el ambiente. La otra persona se empieza a dar cuenta y empiezan las preguntas, las excusas, las sospechas, las mentiras, la confusión y la incertidumbre, los miedos, los reproches, las peleas, el victimismo, las posiciones defensivas, los ataques para provocar reacción, las  llamadas de atención (trágicas o agresivas), las luchas de poder y las guerras... que aceleran el desamor y nos hacen sufrir mucho. 

Tardamos tanto en dar el paso porque no nos han enseñado a separarnos bien, a cerrar las historias con cariño. Creemos que cuando llega el momento de separarse, toca vivir una escena dramática llena de insultos, reproches, reclamos, amenazas, chantajes y cosas que se dicen en momentos de dolor para hacer daño a la otra persona. Y apenas tienes argumentos para defenderte: prometiste lealtad absoluta, prometiste amor para siempre, estás fallando como pareja y como persona. 

Si sigue pasando el tiempo, te sientes todavía más culpable y te comen los miedos, los remordimientos y las angustias, que al principio son sólo tuyas, y después son compartidas. Cuanto más disimulas, peor te sientes, y si tu pareja te pide que seas sincera y no lo eres, entonces es el infierno: cuando te dan oportunidades para que rompas la relación y no las aprovechas te sientes terriblemente mal. 

Hay gente que lleva su cobardía al extremo y se lo monta muy mal: por ejemplo cuando elige portarse mal con su pareja para que sea la otra persona la que de el paso y rompa la relación. Es común en los hombres porque tienen más dificultades para decir lo que sienten, y porque generalmente las mujeres depositan en ellos la responsabilidad de velar por su bienestar y su felicidad. Para eso está el amor: a las chicas nos enseñan que ellos son los salvadores y los solucionadores de problemas, y que sin un hombre no podemos ser felices. Entonces a ellos les cuesta más romper porque se sienten culpables: no están cumpliendo con el rol que se les asigna por su masculinidad, que es proteger a la chica para que nadie la haga daño y para que ella pueda ser feliz. Así que eligen este camino que parece más fácil, y que sin embargo, tiene el efecto contrario. Putear a una mujer no sirve para que sufra menos, sino más: las mujeres fuimos educadas para aguantar malos tratos, indiferencia, y para sufrir todo el tiempo "por amor": en todas las películas nos dicen que cuanto más sufres, más grande será la recompensa. Es el masoquismo romántico el que nos mantiene en relaciones tóxicas, dañinas, y basadas en la dependencia emocional. 

Portarte mal para que te dejen es una opción que atenta contra la ética del amor: es una tortura para la persona a la que quieres. No le dices lo que pasa, no le das información para que pueda tomar sus decisiones, le dejas con esa duda que genera esperanza y desesperanza: es una forma de maltrato, y duele mucho. 

La presión social de la gente es otro factor que nos causa mucho sufrimiento a la hora de separarnos. La gente se siente obligada a posicionarse del lado de la "buena" o del "bueno" y te pide que no te separes, que recapacites, que seguro que puedes volver a enamorarte si te lo propones, que cambies tus sentimientos, que no tires todo por la borda... en las guerras románticas, los buenos tienen toda la razón. Tienen la ley de su parte, tienen toda el derecho a ir de víctimas  y recopilar apoyos y mensajes de condolencia y de solidaridad. Tienen derecho a pedir al entorno que presione y castigue al abandonador/a. 

Así de violenta es nuestra cultura romántica: los buenos pueden emplear todo tipo de estrategias para vengarse del ex, o de la ex, porque todo el mundo entiende que cuando te rompen el corazón tienes derecho a hacer sufrir a la otra persona o a destrozarle la vida. Y sin embargo, con esta estrategia los buenos no logran jamás que la otra persona vuelva a casa ni les siga amando. 

El amor ni se exige, ni se mendiga. Ni tratando de dar pena, ni con agresividad se reenamora a nadie. Da igual lo duro que sea el chantaje y el castigo: no hay hechizos, ni fórmulas mágicas, ni dinero, ni trucos para cambiar los sentimientos de los demás: no hay manera de despertar el amor, o de reiniciarlo. Lo único que se puede hacer es aceptar la realidad. Y si eres tú la que ya no estás enamorada, es fácil: lo explicas y tratas de separarte cuidándote y cuidando a tu pareja. 


El arte de separarse cuidando a tu pareja

Decirle a tu pareja que ya no la amas es un acto de amor, de honestidad, de generosidad, de lealtad, de valentía, pero requiere de entrenamiento. Ahorrarse meses y años de sufrimiento es una demostración de lo mucho que te importa esa persona con las que has compartido un trocito de tu vida. 

Amar es un arte, desenamorarse también es un arte que requiere mucho trabajo interno de auto-cuido, cuido al otro, generosidad, empatía, comunicación, asertividad, y amor. Si ambos lográis dominar este arte, separarse será más fácil, más rápido y menos doloroso para todos. 

La generosidad, la honestidad y la humildad son necesarias para  construir una hermosa historia de amor, y también para separarse con cariño. Ser generosa consiste en dejar ir, soltar a la otra persona, lograr desde el primer minuto de relación que tu amado/a se sienta libre para llegar, para quedarse y para irse. Ser honesta consiste en decir cómo te sientes, qué quieres y qué necesitas de la manera más sincera y asertiva posible. Y ser humilde consiste en mantener el Ego a raya para que no te destroce la autoestima ni te meta en guerras románticas que sólo sirven para destruirte a ti y destruir a la persona a la que amas. 

Si encuentras un compañera o compañero que también sea generoso y honesto, entonces podrás disfrutar de la maravillosa experiencia que es construir una relación libre (ya sea monógama, poliamorosa o del tipo que sea) en la que sabes que eres bienvenida cuando llegas, que te puedes marchar cuando quieras, permanecer el tiempo que quieres, y desvincularte con cariño cuando ya no quieras seguir caminando junto a él. 

Amar sintiéndote libre es una de las vivencias más hermosas del mundo. Y separarse con amor, es otra de las experiencias más enriquecedoras y más lindas de la vida. Es toda una filosofía: separarse con amor es uno de los pilares fundamentales de la ética amorosa que pone los cuidados a una misma y a los demás en el centro de la praxis amorosa.

Se puede terminar con el mismo amor con el que empezamos la relación, sólo es preciso disfrutar cada minuto del amor en el presente, saborearlo en gerundio, y crear un final feliz en el que ambos intentemos no hacernos daño, y en el que ambos podamos cuidarnos con el mismo grado de compromiso con el que nos emparejamos. 

Si nos cuidamos a nosotras mismas y cuidamos a nuestra gente querida, todos los procesos que nos impliquen emocionalmente (enamorarse, separarse, transformar las relaciones) serán mucho más fáciles, más enriquecedores, más placenteros y bonitos. 

Otras formas de quererse, de juntarse y de separarse son posibles: si trabajamos la honestidad, la sinceridad, los cuidados y el buen trato podremos dominar el arte del quererse bien. Se trata de entrenar a diario con tu gente querida, con tu pareja, con la gente con la que interaccionas en todos los niveles (sexual, afectivo, sentimental...). No importa si una relación dura una noche o dura cinco años: hay que cultivar mucho amor del bueno para multiplicarlo, repartirlo y expandirlo hacia la comunidad. Así es como podremos empezar el proceso de revolucionar nuestro mundo: transformando nuestras formas de comunicarnos, de juntarnos, de amarnos y de separarnos. 

¿Has tenido alguna experiencia parecida?, ¿te has atrevido alguna vez a decirle a tu pareja "ya no te amo"?, ¿te lo han dicho a ti, cómo reaccionaste, cómo te has sentido?
¡Gracias por vuestras aportaciones!

Coral Herrera Gómez

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